abril 07, 2007

Comentario gnóstico

En casi la totalidad de Occidente y en algunas porciones del Oriente hoy empieza la celebración de un acontecimiento para muchos conmovedor: la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
Según cuenta el mito y según se ha podido constatar históricamente, hace unos dos mil años vivió este hombre: un predicador, un misionero, un maestro. Se dice que sanaba con la palabra y que de él emergía una fuente luminosa de energía indescifrable. Considerado por sus seguidores como "el ungido", el Mesías que debía redimirlos, fue acusado injustamente y sentenciado en un juicio sin garantías, mediado por venganzas e intrigas políticas como muchas veces ocurre; condenado a morir en la cruz, el principal instrumento ominoso del imperio romano. Según la leyenda, a los tres días resucitó de entre los muertos, originándose así unos de los misterios más grandes de la humanidad. Un misterio también lleno de discriminaciones, de juegos de poder, maquinaciones y confabulaciones, pero que no llegan a minimizar la dimensión del ser que lo inspiró.

¡Como han marchado ejércitos desde aquel tiempo! ¡cuántos conflictos, esperanzas y desasosiegos! ¡cuántos logros y cuántas frustraciones! Dos mil años no son nada para el decursar casi abstracto del universo, pero para el tiempo humano es una inmensidad. ¡Cuántas cosas no han sucedido desde entonces! ¡cuántas proezas, hazañas, hallazgos, descubrimientos! ¡cuántos actos inmensos y totales!. Y también cuántas nimiedades, cuántos falsos profetas y falsas promesas de redención humanas. Cuántos epígonos devastadores y tiránicos, cuántos procesos, en nombre del bien, frustrados. ¡Cuántas cruzadas, cuántos muertos en el nombre de dios! El inventario sería irremediablemente largo.

Dos mil años es mucho tiempo para el pulso biológico; no obstante, después de todo esto ¿cómo es posible que alguien haya podido llenar, con su sola presencia, mítica e histórica, la conciencia y los corazones de millones y millones de personas a través de la historia de este período?
Es Semana Santa, también llamada por la tradición “semana grande”, tiempo de homenaje que estos seres humanos le rinden a aquel hombre que consideran Dios y a quien adoran. El hijo de María y José, un humilde carpintero de Nazaret de Galilea; un refugiado, un perseguido casi toda su vida. Alguien que ha impactado e impacta nuestra existencia sin más ejército que unos pocos discípulos desposeídos; sin enredarse en los vericuetos evolutivos de la epísteme, allende a las curvas sinuosas y zigzagueantes del lenguaje y la retórica; sin otro laboratorio que un pequeño bosque de olivos o unos pocos kilómetros de extensión, el espacio único de sus pasos en esta tierra; con un solo cuerpo teórico simplificado a un único término inmenso y categorial, una sencilla palabra tantas veces despreciada. Con la palabra Amor hoy sigue aquí desafiando nuestro mundo, sin pedir ni exigir nada a cambio, más que esto: “Amaos los unos a los otros como yo los he amado”.
Gloria a ti Jesús de Nazaret, seas quien seas, sin importar dónde hayas estado ni dónde estés, si es que estás. ¡Bendito seas, Maestro!.




Primera foto "El Santo Cristo de Limpias"
Segunda, Instalación "El Hijo del Hombre" 80 x 140 cm (aprox) (ensamblaje, repujado, aditamentos mecánicos). Obra expuesta en el Segundo Salón de Arte Contemporáneo. La Habana 1999
Tercera "Cristo yacente". (Catedral de Cienfuegos)